by Susana Fuentes

Eran las 3:07 a.m. cuando pasaste por mi para ir al McDonald’s de Gomez Morín por unos nuggets. Dos cajas de veinte, dos papas grandes, catsup y agridulce.

Saliendo del drive-thru la noche hablaba en idiomas de luz, y el semáforo verde, amarillo, rojo nos pidió detenernos en el crucero. Las sombras de las hojas de los árboles escurrían el tiempo sobre la banqueta, tamizadas por el viento de la madrugada. En la esquina suroeste del semáforo la silueta de una pata de pollo gigante se delineó contra la luz de los faroles, brincando sobre la acera hacia nosotros. 

Dio un brinco y brotó una cabeza de la parte superior del muslo. Uno más y dos largos cabos se desprendieron a sus costados. De sus brazos cubiertos de harapos magullados como servilleta abandonada en la mesa después de comer brotaron diez extremidades, cinco de ellas encanillándose en un débil puño que tocó una dos tres veces la ventana del carro. 

Tonatiuh le sonrió a la noche desde el círculo de luz neón del porta vasos. Entre mis uñas rojas se espejeó su luz. Bajé la ventana y extendió su palma callosa de corales entrelazados a recibir el calor metálico de la piedra del sol. El semáforo se puso en verde y al hombre pata de pollo se lo comió la noche.

11 junio 2020

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